jueves, 17 de junio de 2010

Turco, ¿qué está primero?

Llegó, por mi hermano dentista, la noticia de que el sábado 12 de mayo, en la ruta 22, que conecta Cipoletti con General Roca, en la provincia de Río Negro, Argentina, se destruyeron entre sí, en choque frontal, un Volkswagen y un Peugeot 206. El conductor del 206 y su acompañante están graves; el del Volkswagen, era un viejo amigo, el "Turco" Eduardo Guini, y murió en el acto. Hacía años que no lo veía al Turco, pero durante nuestra adolescencia, y un poco más, durante temporadas prácticamente viviò en mi casa. Mi mamá lo quería como un hijo, para mi hermano Rubén fue un hermano, con mi otro hermano Javier fueron íntimos, y mi hermana Raquel vivió enamorada de él. Fue técnico laboratorista (en el Hospital Israelita), gremialista, (secretario adjunto de gremio de Sanidad), militante político (en el MAS), actor experimental (en el TIT, el Taller de Investigaciones  Teatrales del nahuel-morenismo), chef de cocina (gerente de gastronomía en un hotel-casino en Las Cuevas, bahía de San Antonio). Transcurría una intervención teatral del TIT en una casa de tres plantas en Palermo. Era el 1983, u 84, no más. Los espectadores éramos guiados por las escenas, que se desarrollaban en las diferentes habitaciones. En una de ellas, el Turco, junto a otro actor, aparecían sentados sobre un sofá.  La pareja, en calzoncillos, comienza a rascarse entre los dedos del pie. Al principio, en forma tímida, exploraban el terreno. De a poco, la picazón fue en aumento, hasta que los dedos de las manos comenzaron a hurgar con pasión. El  final del ejercicio era obvio, se veía venir desde el inicio, pero yo nunca olvidé la cara que puso el Turco: ojos de mujer que se salían de sus órbitas, escapando de su cabeza cubierta por un colchón de pelo negro, tan espeso como sus cejas, bigotes y su barba con la que potenciaba su mandíbula invertida.
La última vez que nos vimos, hace muchos años, fue sobre un colectivo de la 124 o, tal vez, la 84. Le hice un comentario acerca de un poeta, no recuerdo cual, pero que era mejor que otro. El no estaba de acuerdo, no hay poetas mejores, me respondió, sino poemas más buenos o peores que otros. No le discutí, le dije que tenía razón. No voy a resolver ahora, en este escrito, esta cuestión. Hoy por la noche me dediqué a ver videos de Um Kulzum (Um Kultum) en YouTube, la diva egipcia de la canción árabe, que no se compara con nadie, y que es amada también por los judíos. Busqué su biografía en Wikipedia, leí traducciones de algunos de los poemas que ella cantaba. Lloré. Por la música árabe, por la melancolía de esas letras tan largas, por la épica árabe que incluye a las guerras con Israel. Pero, por el recuerdo del Turco, que en el casamiento de su hermana, me presentó el mamul y el baklawa.

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