jueves, 17 de junio de 2010

Africa en el parque

A las seis de la tarde, salimos para el centro de Arad, a comprar jamón en un almacén de rusos. Para caminar más, y ver otro paisaje, alargamos el camino internándonos en el parque en donde, en uno de sus flacos, se encuentra cavado el estadio municipal. Bajando por el lado de los juegos infantiles, nos encontramos, en el predio de las parrillas y camping, con unos chicos africanos que jugaban con lanzas, largas astas negras, rematadas en una hoja triangular de unos treinta centímetros de largo. Un adulto corrió a quitárselas, y se las llevó a una mesa en donde estaba reunido con otros cinco, también armados de lanzas. Cantaban juntos un canto festivo, y enseguida estuvieron de pie,  formaron  ronda y largaron una danza que acompañaban con más canto y agitación de  lanzas. De allí iniciaron un trote, uno de ellos dirigía soplando un pito e imitaciones de sonidos de pájaro.  Pepita se puso inquieta, y amago un ladrido,  pero a ese estado le sucedió, de pronto, el de fascinación, y lo mismo le sucedía a otro perro, que observaba la escena unos veinte metros más adelante. Iban y venían con las lanzas, a paso de gamo, ya en terreno de le canchita de fútbol, en donde habían encerrado un círculo de dos metros de diámetro, trazado con piedras. Llegó una chiquita de tres años, del grupito que jugaba con las lanzas de los adultos., La alzaron a upa sin suspender el ritual, y del mismo modo la regresaron al césped. Luego, la formación ascendió en trote coreográfico por una loma, las lanzas que marcaban el ritmo, y por momento dejaron la escena. Cuando reaparecieron, nosotros ya habíamos cruzado el predio, y veíamos desde  lejos, yo muy poco, con mis lentes rayadas y ya insuficientes. Pero alcanzaba para distinguir que llegaron tres hechiceros, ataviados con plumas en el tocado, en las muñecas y tobillos, en las lanzas. Hicieron un baile que no se decidía, o al menos eso nos pareció, la distancia distorsionaba. Había mucha gente que no veíamos pero se hacían oír. Y dos o tres hombres que circulaban vestidos con traje negro, camisa blanca con corbata y un maletín de cuero.
A la vuelta de nuestras compras, hora y media después, los sudaneses se desconcentraban por las calles periféricas. Mujeres que vestían de fiesta, a la occidental, charlaban en las esquinas. Algunas de ellas cargaban con la lanza de su hijo, esposo, novio o hermano.

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