viernes, 5 de marzo de 2010

Nubes, viento, polvo, troncos 6

En la semana de lluvias, cielo cubierto, de nubes o de polvo, el calefón solar no funcionaba.  Y el eléctrico entró en cortocircuito.
Llamamos al pizzero argentino de la Tokio para que nos recomiende un especialista que no nos robe, y nos dio dos nombres. Uno, un ruso, Moti. El otro. Salim, "es beduino, pero trabaja muy bien, y a lo mejor te cobra menos que Avi.
Había que comparar presupuestos, porque la propietaria de nuestro departamento se haría cargo del gasto, y llamamos primero a Salim. Era mediodía, prometió que llegaría a la una y media, pero a las y veinte, golpeó la puerta, y cuando yo concurría a abrir, Salim ya estaba adentro, y detrás él, un muchacho, su ayudante. 
Le mostré en donde estaba el problema, que para mí era el interruptor, pero no, Salim comprobó su presunción: había que cambiar la instalación, en el tanque de agua, arriba, en la terraza. No es terraza, exactamente, sino el techo, al cual se accede por una claraboya.
Mientras revisaba, Salim  me preguntò, en yiidish, si yo hablaba yidish. De chico, le dije, pero me olvidé. El, en cambio, lo hacía bastante bien y, un poco, me gozaba. Le hice ver que era argentino, y largó el latiguillo, "amigo, Buenos Aires". Me pidió mi número de celular, que fue anotando en el suyo. Cada tecla cantaba la cifra en hebreo, "este teléfono no sabe yidish", rio, y salieron hacia el techo, él y su ayudante. Al rato, me llamó desde allí, confirmó que había que cambiar todo, y m e pide 450 shékels, y si puede comenzar ya. Tengo que consultar a la dueña, le dije, y pedir otro presupuesto, para comparar. "Pero, si no lo hace ahora, tiene que pagarme 100 shékels". Comenzó una discusión; mi argumento era que ni plomeros ni electricistas cobran por presupuestar, y su réplica era "pero yo estoy subido al techo, ¿quién me paga eso?

"Dávid, Dávid, escúcheme... "
"No. Salim, no puede ser... "
"Pero, Dávid, oiga... "
"Dávid, Dávid...  llame a la dueña"

Aflojè y acepté.
Salim quedò- que se comunicaba en media hora; mientras tanto, se iba a otra casa, a hacer otro arreglo. 
A la media hora, llamó; la dueña estaba de acuerdo, le dije, siempre y cuando le hicieran rebaja y se incluya garantía por escrito. Cerramos  por 350, sin factura, y entonces  preguntè a que hora venía: "Estoy aquí, nunca me fui".
Me pidió que saliese, para mostrarme el aparato nuevo, antes de que comience a instalarlo.  Salim, desde arriba, se enojaba con el muchacho, a lo mejor su hijo, y daba órdenes. Muy bien, dije, cuando me mostró el aparato rojo.
Llamaba cada cinco minutos, "no encienda el calefón", "habra la canilla de agua caliente".
Cuando estuvo listo, bajó, comprobó que todavía no salía agua, "ya se va a llenar el tanque".
Me preguntó en qué me ocupaba, cuánto pagaba por el alquiler.
Llegó Ana con el dinero, pagamos, y ya el agua salía caliente.
Finita la comedia, dijo.
Me preguntó si eso era castellano.
No, italiano, es parecido.

Firmó la garantía del otro lado de su tarjeta de visita:

--Ya está. Finita la comedia.

Nubes, viento, polvo, troncos 5

En la plazoleta que está frente a las paradas de colectivos urbanos (dos líneas, 2a y 2b) y para el Mar Muerto (línea 1), las de ómnibus para Beer-Sheva y Tel Aviv (la estación terminal está en construccion), además de la caseta de "Taxis Arad" (sucursal de la candidata Tali), se robaron los bancos. O los retiraron. Los removieron. Ahí acostumbraban a sentarse sudaneses y eritreos, adultos, jóvenes o niños, de acuerdo a la hora. Desde que comenzó la campaña civil para expulsarlos, en forma masiva o gradual, se corrieron de la plaza central,  bajaron el perfil y se hicieron menos visibles. La plazoleta sobre la calle Yerushalaim era un sitio menos expuesto, con apenas tres bancos. Allí se juntaban, sentados unos, de pie, otros, para hablar, tomar cerveza, o comer algo. Algo íntimo; también Ana y yo nos sentábamos para descansar un rato, comer pan, tomar un yogur. Pero cuando lo hacíamos, los africanos no aparecían, por precaución, o timidez.
La plazoleta es, en realidad, un jardín, dispuesto entre un barrio de monobloques y un mini-centro comercial. Una ferretería, una peluquería, una florería. Cuando, de paso por ahí, comprobamos el hueco dejado por los bancos, "como si hubiesen sido arrancados de raíz tres árboles", según la expresión de Ana, lo encaramos al ferretero. El hombre, judío persa (de Aradán), que cubría la calva con una  quipá tejida de los nacional-religiosos, interrumpió una charla, o una venta, que mantenía con una cliente. "Lo que pasa es que allí se reunían borrachos", explicó. "Africanos", le hicimos ver: "sí, claro", dijo, "a veces les ponía un poco de comida en el piso para que comiesen". Y festejó su ocurrencia con la muchacha rusa. En eso, pasaba un rapado y metió su bocado, "Arad se pudrió por culpa de los sudaneses". Y de la florería salió su dueña, indignada, "¿nos comparan a nosotros con los nazis?" Eso habíamos gritado al ferretero, y a su clienta, que vino y nos cerró la puerta.

Nubes, viento, polvo, troncos 4

Para el día del partido contra Nazaret Elit, los charcos, recuerdo del vendaval de la semana anterior, eran todavía notables. se jugaba un martes a las dos y media del mediodía, pero había bastante público, unos tres cuartos de la capacidad de la única bandeja de cemento colmada. La entrada era gratis, para alentar al Hapoel Arad, penúltimo en la tabla de la liga "Alef", la tercera categoría del fútbol israelí, una primera "C". Arad era, aquel día, un equipo al borde del descenso, pero este era un partido por la Copa del Estado, un campeonato paralelo en donde se enfrentan equipos de todas las divisiones. El rival, el Nazaret Elit, segundo en el campeonato de la Primera (liga Tahal), dio origen a una ilusión, muy difusa: de Arad saldría la Cenicienta del torneo. Pero el fútbol israelí es muy malo y, si bien los de Arad parecen dólmenes distribuídos en una cancha, los de Nazaret sólo diferían por una preparación física superior.

Llegué al estadio antes del comienzo del segundo tiempo, el encuentro estaba cero a cero. Junto al núcleo de veteranos de la ciudad, entre los cuales se destacaba un argentino gritón, se agolpaban beduinos en cantidad importante, judíos etíopes que cantaban "Adelante Arad" y, bien juntitos, dos gradas más abajo de donde yo me encontraba, muchachas y muchachos muy pulidos, que vestían uniforme sport, remera blanca con inscripciones en celeste, al igual que el pantalón, y sostenían globos con los mismos colores. Chicas y chicos sonrientes, no como reflejo de las acciones del partido, que ya había recomenzado sus torpezas, sino porque tal era su papel asignado, según me di cuenta, cuando hizo su entrada la candidata a intendentaTali Golobov, en campaña para las próxima elecciones de abril, cuyo programa se centra, en forma exclusiva, en sacar a flote, y explotar, el racismo en potencia de los aradíes. Su punto, su única idea, "para el bienestar de Arad" es expulsar, en forma escalonada, a cada uno de los africanos, tanto refugiados protegidos por la ACNUR, como los inmigrantes ilegales, pero que trabajan en las cocinas, y limpian los cuartos y baños, y hacen las camas, y pasan el trapo en los hoteles del Mar Muerto. Debo ser sincero: nadie le prestó atención, salvo los niños, que se disputaban los globos que ella iba repartiendo. Esto no quiere decir que aquellos representados en la tribuna sean personas más democrática, y que no piensen cada día en la forma de sacarse de encima a los negros, pero, quiero suponer, guardan cierta repulsa a mostrarse fascistas de modo franco. Pero su rechazo es, también, hacia los rusos, como Tali Golobov, a quienes consideran, antes que nada, usurpadores.

El juego seguía su curso, la hinchada cantaba "miljamá, milljamá, guerra, guerra", pero los atacantes de Arad se desmayaban de sólo intuir la proximidad del área. El propio público hacía burlas, como cuando un jugador del  Hapoel embocó un disparo en un arco suplementario que está justo al lado del verdadero, y gritó "gol".
Yo, que trataba de seguir las incidencias, pensaba al mismo tiempo en cómo acercarme a Tali y encararla.
El tiempo reglamentario finalizó con empate en cero, y como habría alargue, aproveché la oportunidad, y me coloqué a sus espaldas. Cuando notó mi presencia, interrumpió una conversación con las chicas y chicos de su comitiva, "esperen, que el señor quiere hablar conmigo". Me dedicó una sonrisa y se puso a la expectativa de lo que yo iría a hablar. Comencé así:
-
-Tali, cómo está.. Tan sólo quería decirle que tengo la esperanza...

Talimantuvo la sonrisa y asintió .

--... de que los ciudadanos de Arad no se vuelquen al racismo y al fascismo...

--Ajá...

--...y que. por lo tanto, usted no triunfe.

Congeló el gesto:

---Yo no soy racista.
--Disculpe, pero su campaña electoral es pura agitación xenófoba y racista. En la misma línea que su partido, Israel, nuestra casa.

--Yo no tengo nada que ver con ese partido.

--Pero usted se muestra en una fotografía con el vergonzante canciller Avigdor Liberman. Y anuncia que cuenta con el apoyo de cinco ministro del gobierno, todos pertenecientes a Israel, nuestra casa.

--¿Y qué tiene de malo que esos ministros me apoyen? Ellos piensan como yo, que hay que darle una solución al problema de los innmigtantes ilegales.

--Muchos son refugiados, y todos vienen huyendo de terribles tragedias.

--No es verdad. Yo investigué,  y le puedo asegurar que la mayoría viene de regiones en donde no hay genocidio.

--Vienen de África, de situaciones terribles.

---Ellos eligen venir a este país porque es el único de la región que tiene progreso económico, que cuenta con un sistema de salud...

--¿Y eso está mal? ¿Por eso los quiere echar?

--Yo pienso en el bien de mi ciudad. Yo quiero que mis hijos se sientan seguros a la noche. ¿Usted sabe que una chica fue atacada... ?

--Eso no es verdad. Echarle l a culpa a los extranjeros por las cagadas de las administraciiones locales...

--Hasta aquí: Ahora me tengo que ir; que le vaya bien.

Faltaban tres minutos para el final del segundo tiempo complementario y a seguían cero a cero. De pronto, tiran un corner, alguien la mete junto al palo izquierdo, y gol de Arad.  Aliento para los locales, que daban el batacazo. Corría descuento, habia festejo, y penal para Nazaret, que empata.
Fueron a los penales, y Arad perdió.

Nubes, viento, polvo, troncos 3

En dos o tres oportunidades cada año, todas en invierno, cae en Arad lluvia de verdad. Va acompañada de fuertes vientos, que dan comienzo antes de la tormenta, truenos, relámpagos, y polvo de Africa.
El estadio municipal de fútbol, que cuenta con una sola tribuna de cemento, queda entonces anegado a la altura del portón principal, sobre la avenida Yehuda, esquina Hapalmaj. Enfrente, está la Sinagoga Principal, en donde dos facciones, Jabad Lubavitch y los jasidim de Gur, disputan por su control. Cada uno es un usurpador a los ojos del otro, y cada sábado, al salir la primera estrella, se agarran a piñas y patadas, trifulcas de primer orden que terminan con heridos y detenidos. Todo (arrestos, primeros auxilios, demandas) se resuelve en pocos metros cuadrados: el Departamento de  Policía, se encuentra enfrente, en diagonal, sobre Yehuda, entre Hapalmaj y Yerushalaim; detrás, de espaldas a la cana, se encuentra la estación de la Estrella Roja de David, con sus ambulancias que llevan el rótulo de Red Maguen David, donadas, cada una, por familias de Estados Unidos, Canadá o Gran Bretaña, cuyos nombres constan en cada vehículo. Divididos por un playón, la Sala de Emergencias y la Municipalidad.
Cruzando la calle Hapalmaj, el Estadio Municipal.
A veces, cuando ya es de noche, un jasidista de Gur, se aposta junto a la verja, medio escondido entre unos pinos, y espía a los futbolistas cuando entrenan.

Nubes, viento, polvo, troncos 2

Cada tanto, los misiles se ensayan sobre objetivos reales, en el propio terreno del vecino. Apoyados sobre cualquier excusa, la mayor de las veces en el aire, se lanzan, por ejemplo, a destruir un túnel, o dos, de aquellos por donde los vecinos transportan, contrabandean, mercadería y materiales de construcción desde Egipto con la esperanza de ser ubicados en el territorio en ruinas, cercado y bloqueado, angosto, saturado de gente,  que queda, exactamente, apenas salir de la boca del túnel. O, en respuesta a la caída de un caño autopropulsado, que en su trayectoria a ciegas, se estrelló en terreno abierto y despoblado, tiran desde arriba contra la ciudad, o liquidan a algún culpable de algo, de suerte que matan tres pájaros de un tiro: logran que no decaiga el terror sobre Gaza, retrazan o impiden todo progreso en las negociaciones para liberar a Guilad Shelit, y ensayan los misiles.

Nubes, viento, polvo, troncos

Nubes largas y angostas, algunas ya difuminadas, otras, con un extremo más decidido que el otro. En la tarde avanzada, previa a la caída del sol, aún mantienen sus trayectorias, más o menos oblicuas, expandidas a lo ancho, perdieron densidad. No alcanzan a tramar un tejido, aunque se cruzan en varios puntos, y no anuncian lluvia, al menos, no lluvia de agua. Al día siguiente, ya se evaporaron, pero, desde temprano, aunque el día sea radiante, comienzan a formarse de nuevo. Con sólo elevar la vista, se puede ver cómo van naciendo, una a una: un punto, un guión que se alarga en línea recta, con ligera inclinación desde el punto de partida, unos cinco grados, de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha, o derecha a izquierda, dependiendo del punto relativo de observación. En unos minutos la estela de humo ya se alcanzó en su máxima extensión, no menos de 45 grados, en cualquier dirección, según haya transcurrido su trayecto. En este punto,  ya están detenidas, flotando como nubes, haciendo como si, al tiempo que otras nacen, hacen el mismo proceso, así, durante horas, hasta que el sol comienza su caída. No porque haya sido bajado por esa lluvia de misiles, nada que ver, hay eventos de la naturaleza que aún mantienen su autonomía